<<Dijo además Dios a Abraham: «Tú, pues, guardarás Mi pacto, tú y tu descendencia después de ti, por sus generaciones. Este es Mi pacto con ustedes y tu descendencia después de ti y que ustedes guardarán: Todo varón de entre ustedes será circuncidado. Serán circuncidados en la carne de su prepucio, y esto será la señal de Mi pacto con ustedes>>. – Génesis 17:9-11
Al entrar en materia durante la predicación matutina del día del Señor celebrada ayer, el pastor Russell Horner, al hacer la apropiada exégesis del capítulo en cuestión, se dirigió a los niños presentes, como suelen hacerlo todos los ancianos que predican en la iglesia a la que atiendo, para explicar con mayor claridad el significado de la señal del pacto entablado entre Dios, Abraham y su simiente – la circuncisión. Se acostumbra dirigirse a los pequeños en diversos puntos de la predicación usando analogías que ellos puedan entender porque creemos que Dios también se revela a niños, y quiere que ellos también escuchen, y reconocemos también que el Espíritu Santo se mueve en los corazones de ellos, así como en el de los adultos. Al hablar sobre la señal del pacto, y su hermoso significado y función de apuntar, como un rótulo o flecha, a quién pertenecemos, el pastor dijo,
<<¿A qué apunta la señal de la circuncisión? ¿Qué es lo que simboliza? ¿De qué es una señal y sello? En primer lugar, es una señal que indica la pertenencia a Dios, a la unión y comunión con Dios; y nuevamente, esto nos lleva a la esencia del pacto: <<Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo>>. Vimos eso en el versículo 7, ¿verdad? donde Dios dice, <<Estableceré Mi pacto contigo y con tu descendencia después de ti, por todas sus generaciones, por pacto eterno>>, y escuchen <<de ser Dios tuyo y de toda tu descendencia después de ti>>. Lo cual se repite al final del versículo 8 cuando indica <<Y Yo seré su Dios>>. Eso es de lo que trata el concepto del pacto en su totalidad, es Dios diciendo <<yo les pertenezco a ustedes, y ustedes me pertenecen a mí>>; es la bendición más grande. Espero que, en sus mentes, cuando escuchen esas palabras piensen en una boda. Probablemente lo pensaron, ¿verdad? Ese concepto de pertenecer a otro; esa es la imagen que proyecta una boda – de hecho, una boda es la mejor imagen de este concepto entre Cristo y su esposa, es una imagen que representa esa unión, esa realidad de pertenencia mutua. Aun el anillo mismo es una señal de esta pertenencia mutua, ¿no es así? Cuando vemos un anillo de bodas, aun en nuestro mundo actual, eso nos indica que esta persona le pertenece a otra, que esta persona ha hecho un voto matrimonial a otra persona, que están en una relación pactual el uno con el otro, y le pertenecen a esa persona; esa es la esencia a lo que eso apunta, sobre la pertenencia. Ahora, niños, si no les gusta la ilustración cursi y romántica, tengo una para ustedes también; y no vayan más allá de lo apropiado con esto, porque una metáfora después de cierto punto ya no funciona; pero niños, estoy seguro que han visto a Toy Story, ¿verdad? Es probablemente la película favorita de muchos de los adultos aquí, me imagino. Pero en Toy Story, ¿recuerdas como Andy marcaba sus juguetes? ¿qué hizo Andy? Tomó un rotulador Sharpie y escribió su nombre en la suela de sus pies, ¿verdad? Tal vez tú mismo has hecho eso con tus juguetes, escribiendo en sus pies o en una etiqueta o algo; ahora, cuando Andy hizo eso, cuando tú le haces eso a tus juguetes, ¿qué es lo que estás diciendo sobre ese juguete? <<Esto me pertenece, está vinculado conmigo, y no le pertenece a ningún otro>>. Bueno, la circuncisión es algo similar – Dios está circuncidando a su pueblo y los llama a circuncidarse para que sean marcados como la pertenencia de Dios>>.
Considerando el hecho que en el nuevo pacto el bautismo es la señal del pacto entre Dios y su pueblo (Colosenses 2:12-13), y que su pueblo siempre ha sido un pueblo compuesto de aquellos que creen en la promesa hecha a Abraham en Génesis 12, 15 y 17 (denominados comúnmente en las escrituras como la simiente de Isaac – Romanos 9:7-8), y aquellos que no creen en esta promesa (denominados comúnmente en las escrituras como la simiente de la serpiente – Romanos 9:6), el mismo concepto se aplica al bautismo en el nuevo pacto. Es la misma promesa hecha a Abraham la que Pedro invoca y resume en Hechos 2:39, haciendo eco a la frase del pacto mencionada anteriormente, <<la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame>>.
El pastor Horner continuó indicando que tanto el bautismo como la circuncisión ambos apuntan a la misma realidad: la obra consumada de Cristo. La circuncisión era una señal sangrienta que indicaba la realidad de juicio y la necesidad de la expiación; el bautismo es una señal del juicio contra Cristo al llevar nuestros pecados y nuestra muerte con él, identificándonos con él en su muerte; la circuncisión fue una señal de regeneración, recreación, y nuevo nacimiento (el trabajo de santificación del Espíritu Santo en nosotros); el bautismo es un símbolo de resurrección y renacimiento al subir de las aguas después de identificarnos con Cristo en su muerte, ser levantados con él, y recibir el Espíritu Santo por fe, y la consecuente santificación del mismo. ¡Qué maravillosa aplicación y consuelo para Abraham en aquel entonces y para los creyentes hoy!
Existe un riesgo que debe mencionarse, y es el de cometer el error de confiar en la señal del pacto como la salvación en sí. Romanos 4:11 nos dice lo siguiente,
<<Abraham recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía mientras aún era incircunciso, para que fuera padre de todos los que creen sin ser circuncidados, a fin de que la justicia también se les tome en cuenta a ellos>>.
Noten que dice que era un sello <<de la justicia de la fe>>, no <<de la justicia de la señal>>. Después de todo, unos versículos después Pablo dice,
<<la promesa a Abraham o a su descendencia de que él sería heredero del mundo, no fue hecha por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son herederos, vana resulta la fe y anulada la promesa. Porque la ley produce ira, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión>>.
En otras palabras, si el simple hecho de aplicar la señal sobre el cuerpo llevara a cabo la promesa, el trabajo sería entonces por la ley, lo cual anularía la promesa. ¡La promesa, de hecho, fue dada a Abraham antes que se circuncidara! La señal, entonces, sirve para nosotros seres sensoriales como una muestra física y tangible que Dios ha hecho una promesa, que él cumplirá sus promesas, que su carácter es incuestionable, y que las llevará a cabo. El primer párrafo del capítulo veintisiete (<<De los sacramentos>>) de la Confesión de Fe de Westminster ofrece una útil y breve descripción del propósito de los sacramentos para fundamentar lo dicho,
<<Los sacramentos son signos y sellos santos del pacto de gracia, directamente instituidos por Dios, con el propósito de representar a Cristo y sus beneficios, y para confirmar nuestra participación en Él: y también para establecer una diferencia visible entre los que pertenecen a la iglesia y el resto del mundo; y para comprometerlos solemnemente en el servicio a Dios en Cristo, en conformidad con su Palabra>>.
Debemos continuar leyendo a Pablo cuando dice en los versículos posteriores lo siguiente,
<<Y no solo por él fue escrito que le fue contada, sino también por nosotros, a quienes será contada, como los que creen en Aquel que levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor, que fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación>>.
Esto claramente indica que debemos considerar la señal del pacto en su correspondiente lugar, no sea que tergiversemos el designio de Dios y los dinteles de su propia creación, y terminemos depositando nuestra fe en la señal en lugar de a quién la señal nos apunta: al Cristo crucificado, resucitado, y sentado a la diestra del Padre. Todavía debemos creer en él y ser perdonados de nuestras transgresiones y justificados por él (la fe siendo también un regalo de gracia divina – Efesios 2:8-10). Por eso Pablo concluye su idea en el versículo 16 diciendo,
<<Por eso es por fe, para que esté de acuerdo con la gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda la posteridad, no solo a los que son de la ley, sino también a los que son de la fe de Abraham, quien es padre de todos nosotros>>.
Romanos 8:16-17 nos explica la forma correcta de considerar nuestro bautismo – es el sello de autenticidad de la fiabilidad del carácter de Dios y sus promesas, pero no es lo que nos salva,
<<El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él>>.
En otras palabras, no es el hecho de que fuimos bautizados lo que nos salva, o en lo que confiamos, sino en lo que significa: Somos pertenencia de Dios, y ya no más del mundo, del pecado, y del diablo (Ef. 5:8); pase lo que pase, Dios salvará a sus hijos, a su pueblo (recuerda las palabras del pacto <<Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo>>; es imposible que no lo haga, ya que su palabra es eterna e inmutable, perdurando por eternidades después de que la memoria del tiempo se desvanezca (Is. 40:8).
Imagina si nuestra salvación dependiera en el simple hecho de recibir la aplicación de la señal del pacto. Muchas herejías y errores han surgido de este error, como el del catolicismo romano y otros, que incluyen la regeneración bautismal o la presunción bautismal. Si fuera así, entonces, regresando a Toy Story, cuando el coleccionista de juguetes Al McWhiggin le borra el nombre de Andy a la bota de Woody, ¿cuál es la consecuencia lógica? Que Woody ya no era propiedad de Andy, que aun si Woody pudiera lograr regresar con Andy, no sería permitido de regreso porque ya no tendría el nombre de su amo marcado en su bota. Al contrario, el amor de Andy por Woody no dependía en la resistencia de la tinta de un rotulador permanente contra el poder de un broche de pintura, sino de su amor por él, el hecho que Andy había escogido a Woody como su juguete. Similarmente, aquellos que son de la simiente de Abraham por fe no pueden borrarse el nombre de Dios de sus “botas”, por decirlo así, porque el nombre de Dios ha sido escrito en ellos de forma inmutable e invencible por la sangre de Jesús en la cruz (Is. 49:16; Juan 10:28-29; Ef. 1:4). Ellos ahora forman parte de la familia de Dios al llevar en sus propios cuerpos la marca del nombre de esa familia (Sal. 22:22-23,25,30,31; Jn. 15:15; Rom. 8:29; Matt. 12:46-50). Este concepto está profundamente relacionado con la doctrina de la adopción, la cual merece su propio artículo en otra ocasión.
¿Hay unos que llevan el nombre de la familia de Dios y no son de la simiente de la fe? Por supuesto (Heb. 6:4-6). ¿Hay otros que llevan ese nombre y sí son de la simiente de la fe? Absolutamente. No debemos afanarnos en asegurarnos si somos del uno o del otro, porque es en ese momento que hemos perdido de vista el punto de la señal del pacto: apuntarnos hacia el Cristo del Credo de los Apóstoles – el Cristo que nació, creció, padeció y murió, que fue sepultado, resucitado, y glorificado por nuestros pecados – no a nosotros, sino a aquel que obedeció perfectamente en nuestro lugar y murió perfectamente por todos nuestros pecados.
En lugar de enfocarnos en la escena cuando Al McWhiggin borró el nombre de Andy de la bota de Woody, seamos como Jessie y el corcel de Woody, Tiro al Blanco, y consideremos nuestro bautismo en su lugar correspondiente, sonriendo con el mismo entusiasmo de ellos al ver el nombre de Andy en la suela de sus zapatos (y nosotros a nuestro bautismo) diciendo <<¡somos parte de una familia otra vez!>>